La exposición se desarrolla en estrecha colaboración con el artista y se concibe como un recorrido de alta densidad que permite vivir toda la esencia de su trabajo
El artista brasileño Ernesto Neto —que se autodefine como escultor— concibe sus obras para que puedan ser atravesadas, habitadas, sentidas e, incluso, olidas, lo que permite al espectador experimentar su propio cuerpo, sus sentidos y su mente por medio de la obra de arte. El visitante interactúa con las demás personas del público y con el entorno, viéndose inmerso en una fusión de escultura y arquitectura. Neto afirma: "Lo que tenemos en común es más importante que lo que nos hace diferentes. Me interesa discutir la situación de la humanidad, la temperatura de las cosas que vivimos. El tránsito de las cosas. El lenguaje". Por ello, investiga los aspectos comunes de las relaciones humanas a través de esculturas que apelan a la sensualidad, la corporalidad y la reflexión.
La exposición se desarrolla en estrecha colaboración con el artista y se concibe como un recorrido de alta densidad que permite vivir toda la esencia de su trabajo; una experiencia de olor, color, emoción y lenguaje, de acontecimientos sensoriales. Para Neto, una exposición es un lugar para la poesía donde el visitante puede escaparse de lo cotidiano: "Todo el tiempo recibimos información, pero quiero que aquí se deje de pensar. Que nos refugiemos en el arte. Pienso que no pensar es bueno, es respirar de la vida". El viaje comienza en el Atrio del Museo, que está presidido por una gran obra suspendida del techo, y continúa en las ocho salas de la segunda planta. Cada sala ofrece al espectador una experiencia distinta y requiere un ritmo diferente para la contemplación o interacción.