La sutil variabilidad de la luz es la materia prima con la que Luisa Lambri trabaja. En ella todo es luz y apenas nada más. Sus series fotográficas frente a ventanas, a través de las cuales capta la luminosidad exterior al abrir o cerrar contraventanas interiores, posicionándolas en diferentes estados, o mover arriba y abajo las láminas de persianas venecianas, son un prodigio de minimalismo fotográfico, algo que también puede decirse de gran parte de los trabajos de Hiroshi Sugimoto y Aitor Ortiz.
El trabajo de Lambri se comprende mejor en los conjuntos de series, más que en una sola fotografía, aunque en cada de una de ellas se detecte su interés por apresar la huidiza claridad diurna. En estas series se contempla la extraordinaria riqueza y elocuencia que con tan pocos elementos consigue la fotógrafa. Las contraventanas y venecianas son utilizadas como escamas de una piel mutante para captar registros de claridades y sombras mediante pequeños cambios que, sin embargo, provocan grandes contrastes. En ocasiones, raramente, a través de esas membranas se intuye la naturaleza del mundo exterior, pero lo habitual es solo la luz.
La arquitectura interior se despersonaliza –aunque ella fotografía interiores diseñados por arquitectos de gran renombre– y el espacio desaparece para dar como resultado elegantes abstracciones, muy cercanas al sentido espacialista de las pinturas de Lucio Fontana. Un espacio que se esfuma por la constante transformación de la claridad/oscuridad, que le hace ser diferente en cada momento, y al que se le han sustraído los elementos más significativos que pudieran habitar en él para lograr su máxima neutralidad.