Los Becher crearon una escuela y, en consecuencia, generaron un discipulado. Como maestros fueron excepcionales y, debido a ello, algunos de sus seguidores han resultado brillantes. Candida Höfer es un buen ejemplo. Ella ha sistematizado y recopilado otro tipo de arquitecturas y espacios, pero lo ha hecho con la misma decidida voluntad de inventario, con idéntica frialdad ante los lugares y con semejante mutismo personal para dejar hablar al lugar por sí mismo. Tampoco hay personas en sus imágenes, sino las huellas de sus hechos o, mejor dicho, los escenarios para que esas huellas sean conservadas o representadas. Y los hechos de interés para Höfer se refieren a los que son acogidos por los espacios nobles de la cultura: museos, bibliotecas, archivos, teatros…, aunque tampoco cualquier espacio de ese tipo sino aquellos en los que la magnificencia de la puesta en escena discurre en paralelo a la excelencia de sus objetivos. Frente a la observación exterior de sus maestros, Höfer prefiere las vistas interiores de las construcciones.
Con la misma insistencia, buscando la composición simétrica, desde un punto de vista bajo –o que parece bajo debido a la monumentalidad de la mayoría de los espacios fotografiados–, Höfer continúa por la senda de los Becher, aportando color y grandiosidad, pero prescindiendo de la composición fragmentada.