No existe intención expresionista en Tellaeche, si bien el expresionismo le hizo valorar aspectos fisonómicos reales muy acentuados. En ellos pueden detectarse carácter, particularismo y pintoresquismo, que cuadraban bien con las novelas de Pío Baroja. El fondo de jarcias y palos confiere a la escena un aire irreal más que marino, de ficción compuesta a base de fragmentos de realidad. La pintura está dedicada «a Q. de Torre, gran artista y gran amigo» de la Asociación de Artistas Vascos de Bilbao.
Su rostro embrutecido no dista del que veíamos en el joven castellano; aunque el suyo fuera joven y moreno y el de este rubicundo y envejecido, ambos son sanguíneos; la sangre perceptible a través de la piel como metáfora de un pasado y de una vida ocultos pero pujantes. Este pescador supuso para la construcción de un regionalismo pictórico vasco lo que el joven de Zuloaga para el regionalismo castellano: la mirada al rostro de sus gentes más anónimas y olvidadas, la reivindicación de su dignidad, el aprecio por su esfuerzo laboral o por su resistencia ante la adversidad.
A pesar de las apariencias, el muchacho castellano de Zuloaga y este pescador vasco de Tellaeche no están tan lejos el uno del otro como pudiera creerse. Este arrantzale podrá resultar más simpático y cercano, quizá por la desmesura de su cuerpo, aunque en realidad ambos retratados respondían a la misma clase de curiosidad: la que suscitaban los tipos populares sin historia, en lo que tienen de integrantes de una colectividad poseedora de unas historias secretas pero reales. Miguel de Unamuno y su libro Por tierras de Portugal y España (1911) no se hallan lejos de este sentimiento pues, de hecho, en esta obra planteó el filósofo la idea de lo intrahistórico.