La influencia de Gauguin se manifiesta en el color y la pincelada, en los nubarrones amenazadores, en las riberas donde pastan animales y en la simbólica pureza de las aguas del río que fluye. El caserío iluminado por los rayos solares que atraviesan la alborotada atmósfera contrasta con las oscurecidas zonas en sombra.
Tras abandonar los prósperos negocios familiares y pasar cinco años en el París montmartriano, junto a Paco Durrio y la bohemia artística, Juan Echevarría regresó a España empapado por las enseñanzas pictóricas de Paul Gauguin y las notas cromáticas fauvistas. Uno de sus primeros destinos fue Pampliega. El norte de Castilla era zona frecuentada por Leopoldo Gutiérrez Abascal, Adolfo Guiard, Miguel de Unamuno, Darío de Regoyos y otros excursionistas que buscaban el paisaje, las gentes y el arte –el espíritu, la esencia– de un territorio que ante sus ojos se presentaba ruinoso y decadente.
Los cuatro citados influyeron con su ejemplo en el pensamiento y la obra de Echevarría, y de ahí que no extrañe su presencia en Pampliega. Pueblo castellano recio, con iglesia sobre un promontorio dominando el paisaje y el caserío desparramado a sus pies, rodeado por una feraz naturaleza y bajo un cielo tumultuoso, ofrece una clara visión de lo que perseguían los pintores adscritos a la Generación del 98 (Zuloaga, Regoyos, Iturrino, Maeztu…): un territorio bravío, divinizado y humanizado, aunque sus gentes no se hagan presentes.