Compuesto con una poderosa línea diagonal que cruza la imagen y cede gran protagonismo en primer término al suelo de la carretera, la atención prestada por Regoyos a estas mujeres, que caminan en grupos de dos o tres, testimonia su inserción laboral en un mundo en el que aún existía un equilibrio entre el pasado estático y el presente cambiante. Un presente por el que, a pesar de las estrecheces cotidianas (esa acera entre el murete y el bordillo), todavía era posible avanzar ordenadamente a resguardo de ser arrolladas.
Mujer y trabajo fue una dualidad que atrajo a muchos artistas de este momento. En unos casos, como el de Guinea, para dar testimonio de una actividad tradicional; en el de Guiard, como prueba del traslado de una labor doméstica al espacio de ocio colectivo; y en el de Regoyos, como documento de la incorporación masiva de las mujeres al trabajo colectivo fuera de sus domicilios.
En sus recorridos por las tierras y pueblos de España, Regoyos se interesó por todo tipo de escenas populares, desde las tradiciones más negras que reclamaban una acción regeneracionista hasta las más festivas de una sociedad que, a pesar de todo, gozaba de la vida, tanto en ámbitos rurales como en los más industriales. En esta obra se conjuga la salida de unas mujeres de una instalación fabril que dejan a sus espaldas –y que en la pintura ni siquiera aparece– con su tranquilo caminar hacia el pueblo por una carretera que atraviesa los campos sembrados. En concreto, la fábrica de la que salen estas mujeres producía cerillas y se enclavaba en Irún.