Esta pareja de estructuras pueden decir que son tanto vigas erosionadas de una arquitectura ancestral desaparecida (en el más moderno de los edificios y hechas con un material asimismo moderno, el DM), como unos sencillos asientos corridos para el descanso. No obstante, las erosiones en determinados puntos indican que no estamos ante una destilación de la arquitectura ni ante un producto mobiliario, pues lo que vemos es algo que impone su propia presencia con una lógica secreta que invita a ser desvelada. Piezas de raíz minimalista que han sido vividas y desgastadas o modificadas con propósito de conseguir –a partir de prismas perfectos y aristas vivas– otras formas y sensaciones, al generar sutiles huecos curvos y espacios perimetrales, no interiores. Tales sustracciones –de materia de un elemento que se entiende perfectamente cómo fue en un supuesto origen– activan y dinamizan estas poderosas estructuras horizontales cuyos bordes han dejado de ser nítidos. Este hecho erosivo de la madera recuerda formalismos en esculturas realizadas por Néstor Basterretxea en los años setenta, particularmente en su «cosmogonía vasca» (Idittu…), evidenciando aquí por tanto un enlace con la poderosa tradición escultórica local.
La obra de Asier Mendizabal se desarrolla dentro de la ambigüedad deliberada. Sus objetos y construcciones no refieren qué son o para qué pueden llegar a servir, aunque su presencia siempre revela que no están en el lugar que ocupan de manera casual e indiferente, ya que la distorsión que provocan habla con claridad de su voluntad por interferirlo, por actuar entre el hacer espacio (propio) y el deshacer espacio (ajeno).