La obra de los hombres, de ordenada y fría geometría, contrasta, en primer término, con el árbol resplandeciente por la luz del sol poniente, de tronco orgánicamente retorcido, en alusión a la dialéctica artificio/naturaleza. Ambas obras, la de los hombres del mar y la de los dioses de la tierra, quedan unidas por la limpia y nítida línea del horizonte.
La torre utópica se eleva al borde del mar y junto a un conjunto de casas desordenadas y de distintas formas –cita indirecta a las diferentes lenguas a que su construcción dio lugar–. La torre está rodeada por un andamiaje, en forma de acueducto, conducente de ninguna parte a ninguna otra, y aparenta estar en construcción o abandonado.
La arquitectura ha sido siempre un tema recurrente en Guillermo Pérez Villalta, no en vano sus primeros estudios, antes de dedicarse a la pintura, fueron de esa naturaleza. Sea en forma de construcciones fantásticas o aterrazamientos vertiginosos, sea contemplando interiores situados bajo bóvedas de equilibrio milagroso y sobre suelos ajedrezados, lo arquitectónico y lo urbano, desde una perspectiva literaria borgiana, definen buena parte del trabajo de este artista. Por ello, la idea babélica, como todo aquello que hace alusión a los mitos fundacionales de la cultura occidental, no podía dejar de atraerle. El uso de un tondo como forma-soporte para la pintura subraya la intención clasicista.