• Sin título # 2S4
      

Sin título # 2S4 (2005)

Los orígenes del actual momento pictórico de Prudencio Irazabal tienen mucho que ver con lo epidérmico en relación con la pintura. A partir de la reflexión de Maurice Denis acerca de que la pintura es una superficie plana recubierta de colores reunidos en cierto orden, más allá de que represente un caballo a galope o una mujer desnuda, podemos convenir en que la pintura es, por tanto, una piel de pigmentos y aglutinantes que cubren una tela o una madera, a lo que añadiríamos que esa piel la observamos perpendicular y frontalmente. A la pregunta de qué hay detrás de la pintura, si no es un caballo o una mujer, normalmente se responde que lo que hay y lo que vemos es un pensamiento visual, una abstracción que puede contemplarse.

Sin embargo, Irazabal, en una atrevida vuelta de tuerca, se planteó literalmente ver qué había detrás de la pintura si esta era una simple piel, más o menos gruesa, de sedimentaciones cromáticas. Su respuesta fue la realización de una serie de pinturas en las que mostraba los estratos de depósitos de óleo coloreado, tras cortar longitudinalmente la pintura y plantear la contemplación del corte, de lo que el corte dejaba a la vista, como un arqueólogo mira en la tierra las capas dejadas por otros tiempos o un cirujano la carne abierta por el bisturí.

Ese acercamiento a lo que hay tras la pintura suponía la realización de una obra que no veíamos, porque era seccionada de arriba abajo y de delante atrás, pero de la que sí sabíamos cómo había llegado a ser construida a través de las sedimentaciones de color. Unas sedimentaciones que ahora, en pinturas como esta, Irazabal aplica capa tras capa, piel sobre piel, en delgadísimos y cristalinos apliques, para que el color venga de atrás hacia delante, en busca de nuestros ojos, casi como si fuera una sustancia respirable.