En esta pieza Salazar traslada al plano bidimensional la idea de recorrido urbano, fijando en la superficie una combinación de pintura, recortes fotográficos y grafismos. Como punto de partida, la artista acostumbra a valerse de fotografías propias, tomadas en paseos por diferentes zonas de la ciudad, y las transforma en composiciones que privilegian el color y la forma sobre la fidelidad al referente. El resultado es un collage pictórico donde los iconos más reconocibles de Bilbao —sus edificios, sus puentes— aparecen difuminados, en un juego de superposiciones y transparencias. A diferencia de su escultura, centrada en el cuerpo, aquí la presencia humana se sugiere de manera indirecta, dejando que el espacio arquitectónico o el entorno asuman el protagonismo.
Desde 1985 Dora Salazar ha presentado sus proyectos en espacios como la galería Arteko de Donostia, el Museo de Bellas Artes de Bilbao y el Koldo Mitxelena Kulturunea de Donostia, donde ha mostrado tanto sus esculturas como sus incursiones en la pintura y el collage. Su obra se conserva en museos como el de Bellas Artes de Navarra y Álava o ARTIUM.