• La siega
      

La siega (1930)

El escenario es realista, el Castillo de Peñafiel y los campos trigueros de Castilla, pero se halla levemente idealizado, como si fuera más el recuerdo de algo visto que una visión en sí, y los personajes, esforzados en los pesados trabajos de la recolección bajo el fuerte sol del mediodía, aparentan estar sumidos en pensamientos melancólicos, volcados hacia su interior, íntimamente ausentes de la realidad circundante.

Tras un comienzo espectacular con apenas 21 años en París, Larroque fue transitando por diversas áreas de trabajo que confirmaron buena parte de las grandes esperanzas que sus contemporáneos pusieron en él, y que dejarían sus mejores frutos durante las primeras dos décadas del siglo XX: la mirada al mundo de los personajes marginales, el acercamiento al duro realismo noventayochista de una Castilla maltratada por el olvido, los elegantes retratos de hijos de la burguesía bilbaína, sus aportaciones solemnes al costumbrismo vasco y, en definitiva, la huella maestra que dejó –las buenas dotes de su oficio– en diferentes campos temáticos.

Hacia los años veinte su estrella fue apagándose a medida que orientó parte de su tiempo laboral a la actividad docente. Pero esta pintura, realizada a finales de aquella década por encargo de una empresa cerealística, nos muestra a un pintor interesado por el misterio de las actitudes y miradas de sus personajes, como sucedería con la serie de arrantzales en sobrias actitudes clásicas que iniciaría poco tiempo después, ya en época republicana.